miércoles, 23 de abril de 2008

Bajo el estatuto de la guerra

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - No hay tregua. La guerra se presume más enconada y sin una paz en perspectiva. Hago estos apuntes en la plenitud del campo de batalla. No puedo detallar el sonido de las ametralladoras, los gemidos de los moribundos, las voces que incitan a un asalto definitivo, ni las consecuencias de un morterazo. Aquí son otros los fuegos, otras las tácticas. No es tanta la mortandad física en estos escenarios que el socialismo atornilló a los destinos de Cuba.
A mis 48 años puedo atestiguar que no hacen falta tanques y aviones, explosiones y cadáveres para sentir el rigor de un conflicto bélico.

En el vórtice del socialismo es fácil percibir el ajetreo y los apuros en el teatro de operaciones. Miles de combatientes en acción. Miles de cubanos listos para horadar el blindaje de la burocracia, romper el cerco de las prohibiciones, obligar a la miseria a un retroceso al margen de afeites morales. Todo en función de unos campanazos que llaman a cerrar filas en barrios y ciudadelas, en los centros de trabajo y en cualquier parte donde haya compatriotas bajo el azote de unas reglas de juego que le ponen faroles y alfombras a las adversidades.
Ya se acabaron los pactos con la pistola en la sien o a golpe de unas promesas que han perdido, por exceso de uso sus efectos narcotizantes.

El gobierno enseña sus armas sin más efecto que despertar en las víctimas nuevas ideas de resistencia. La disuasión es algo para el recuerdo.
No hay margen para el armisticio. La subsistencia junto con los susurros de la globalización bastan para tomar los aparejos de combate.

Casi nadie se queda de brazos cruzados. Es un mandato de los tiempos. Un alzamiento- sin previa concertación- a favor de la necesidad de vivir racionalmente.
El panadero se atrinchera y consigue dar en el blanco. Recoge, a diario, un discreto botín que le permite sentir los fulgores del éxito.

Mata la posibilidad de los clientes de obtener un producto digerible, pero ese no es su problema. El aceite y el azúcar que se ausentan del pan nuestro de cada día son materiales estratégicos para liquidar sus hambres y favorecer algunos de sus deleites.

“Tengo que vivir. Si no quieren que robe que paguen mejores salarios”, asegura el joven con implacable determinación.

Detrás del mostrador el dependiente aguarda para asestar el golpe. Está dispuesto para todo. No teme practicar la extorsión. Es parte de la costumbre y del ultimátum de las necesidades. No hay proporcionalidad entre precio y calidad. El propósito antecede a una pregunta: ¿Acaso se puede mantener a una familia con 14 dólares al mes?

Son las alternativas de un conflicto en el que hay dos frentes visibles: El gobierno con sus decretos centralizadores y su afán de control de un lado, y por el otro el pueblo trazando planes de emergencia con tal de apropiarse de algunas victorias dentro de las fricciones de una cotidianidad que guarda cierto parentesco con el surrealismo.

La élite de poder se enfrasca en una pelea virtual contra los Estados Unidos. Incluso hasta proclama el triunfo tras una de las conocidas andanadas de improperios antiimperialistas.

Los hechos son tercos. La guerra es hacia dentro y sin banda sonora. Quizás por tales características es que las peleas con sus réplicas en toda la isla transcurren bajo un manto de discreción.

Hace unos días pude comprobar en unas de las tiendas recaudadoras de divisas los signos de la estafa. ¿Cuántos consumidores son timados con los importes pegados- en muchas de las mercancías- que nada tienen que ver con las tarifas iniciales establecidas por los organismos competentes?

¿Cuándo llegará a su fin el interminable ciclo de descontrol que favorece un clima de corruptelas enraizado en el tejido social?

A cincuenta años de continuo batallar aún siguen apareciendo novedosas técnicas para sobrevivir al socialismo. Ya la ética es historia antigua. La honestidad un fantasma sin rumbo. El patriotismo una suerte de espantajo colgado de los discursos que abordan la paz y el sosiego en una zona de permanente discordia.

Los mejores guerreros se entrenan en las filas de la juventud y el partido comunista. Son, regularmente, los que más aportan a este sálvese quien pueda. Los que roban con mayor eficiencia. Quienes más aportan al desbarajuste con dosis exactas de doble moral.

No existen las condiciones para el armisticio mientras se insista en una ideología obsoleta. El régimen de La Habana apuesta por chiflar y contemplar la luna.

Ahora ensaya un despertar en cámara lenta sin advertir que las chispas para una implosión son reales. La guerra por la supervivencia cobra intensidad, se expande. Esto es una mala señal. Un detalle para subrayar que a estas alturas casi nadie cree en la puñetera dictadura del proletariado.

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