2009-01-18.
Richard Roselló, Periodista Independiente
(www.miscelaneasdecuba.net).- Los cubanos gozan y gustan de ser gastadores. Es una vieja práctica. Cuba fue tierra cara. El precio de los vestidos era alto por las limitaciones que la Corona española impuso a la isla. Aún así desde 1516 entran en La Habana los tejidos y mercaderías finas, como las sedas de China.
“El vestido seguía siendo símbolo de la categoría social del individuo”. Según el historiador cubano, Levi Marrero, “desde el siglo XVI a 1761 las sumas invertidas en las importaciones españolas, el 85 % pertenecía al giro de ropa”.
La Habana era una sociedad de recreo, negocio y música con una vida de lujo. Pese a las diferencias en el nivel de vida de los pobladores habaneros, a la vez existía una alta prospección al consumo. Se importan tejidos de Alemania, Inglaterra, China, Italia y Francia en el siglo XVIII.
Igualmente en la presente centuria, en La Habana se visten las telas de dichas naciones. Por dos razones. En 1830 Cuba era la primera plaza exportadora mundial de azúcar, tabaco y café. En esa época, la llegada de la ópera era un pretexto habilidoso para vender más los comerciantes por el estímulo del trabajo.
El fabricante de Lyón tejiendo sedas obtiene azúcar en La Habana, y el hacendado de Cuba elaborando azúcar puede disponer de los encajes de Barcelona.
En 1828, en solo este año, se introdujeron más de 189 mil varas de encajes. Se incluyen además, una alta cantidad de blondas y otra serie de tejidos. La isla comienza a consumir cantidades de puntos, encajes, pasamerías, lienzos y toda clase de artefacto de los más finos de Francia e Inglaterra. Por el puerto habanero llegan géneros y efectos de los más exquisitos y costosos de París.
Entonces, existían una gran cantidad de extranjeros, italianos y franceses que se dedican a la costura, atraídos por las compañías de ópera y la zarzuela. Ellos traen los primores de la industria europea; y en el puerto, pasan al mostrador del mercader, de allí al taller del modista y desde éste a los escaparates de las damas para salir a la luz en próximos días de fiestas.
En los teatros se despliegan los prestigios de las bagatelas. Tejidos, brillantes y peinados costosos lucen a través de los barandajes afiligranados: guarniciones de figuran sobre el raso y el gro.
La revolución de los establecimientos de moda ha comenzado. En 148 existían ya 2 fábricas de guantes, 64 peleterías, 53 joyerías, 16 cederías, 136 sastrerías, 47 tiendas de sombreros, 8 de paño, 19 tiendas de modista, 122 zapaterías. Los modistas y sastres elaboran trajes para vender o alquilar.
A mediados del siglo, la presencia del lujo era descollante. Productos de Europa y sus artes se intensifican haciendo del cubano un ávido consumidor desaforado. Un aparatoso lujo con que las familias medianamente acomodadas decoraban sus cuerpos, determina un contraste con la mezquindad de los muebles de sus habitaciones.
Las tiendas de Obispo, los almacenes de la calle Muralla, a ambos lados, muestran sus vidrieras, telas, prendas, joyas y zapatos.
Las compañías teatrales causan un despliegue de la moda en Cuba cuando se inauguró el Tacón en 1838. A partir de octubre La Habana, durante 6 meses, era la ciudad de recreo, música, negocio y lujo. Comienza la ópera, el circo, las fiestas y las tertulias. Con octubre llega el frío, los espectáculos adquieren vida, aparecen los mercaderes que llegan de París, Londres, Florencia y Suiza.
Una habanera nunca se pondrá dos veces un vestido para ir al baile. Lo afirma, la Condesa de Merlín, cuando visitó su Habana, desde París, en 1843.
Los terciopelos, los damascos, los encajes, los groes salen de las tiendas a los talleres de la modista en boga. Tienen adornos de cabeza, corsés y botín de señoras; abanicos y mantas; ricas muselinas de la India, pañuelo, sombrillas de seda labrada con cabo de marfil.
Las modas masculinas prosperan. Son los tiempos del pelo corto con la raya al medio. Los pantalones de pliegue, las casacas de solapa y sombreros de Italia.
El baile en palacio ha comenzado. La mansión está animada y bulliciosa. Llega la Sra. Condesa de O’Reilly luce un vestido tul con volantas de encajes blanco. La Sra. Doña Maria de Pedroso, viste de morreé con volantas de seda. Realza la señora Apodacas un vestido con falda de gro blanco bordado en oro, sobre saya de tul color celeste. Lleva un peinado a lo Luisa Lavalliere.
Los estilos del siglo XVII, renacen en el XIX y así sucesivamente। La tan furiosa moda de París e Italia pasan de actualidad y al finalizar la centuria, la avasalladora moda inglesa y norteamericana los desplazaría.
lunes, 19 de enero de 2009
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