domingo, 30 de diciembre de 2007

¡OJO, VERDUGOS!

Por Jorge Olivera Castillo

Cubanet.org-La impunidad es frágil. Cae, definitivamente, en el lazo de las circunstancias. Tiene el tiempo contado aunque le atribuyan dotes emparentadas con la eternidad. El poder le sirve de soporte y remanso, también de búnker y armadura contra todas las armas posibles.

Es fácil, bajo la soberanía de la fuerza, convertir el pelotón de fusilamiento en una fiesta, la tortura en una encantadora diversión, las cárceles en sitios para domesticar los desvaríos del pensamiento libre.

Todo es realizable, no hay obstrucciones dentro de las fronteras de cualquier país donde el gobierno es un monopolio administrado por gentes de pistolas en la cintura y voces que ordenan la muerte y los suplicios.

Jefes y ejecutores ríen sus maldades, se regodean en sus prebendas, disfrutan el último gemido del moribundo y el susurro de los prisioneros mordidos por las humedades de la celda y las cavilaciones en torno a una vida de perros por el hecho de contravenir los edictos de la "realeza".

Cristino Nicolaides era uno de esos personajes de la corte. Un argentino que formó parte de un gran equipo de destripadores y magos. Bastaba una mirada, un gesto, quizás una lacónica expresión verbal para que otra desaparición o martirio se perpetrasen.

Su tranquilidad se ha roto en un juicio en que resultó condenado a 25 años de privación de libertad por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar (1976-83). A 24 años de las tropelías le llega la factura a uno de los jefes del ejército argentino. Su vida de abuelo se va a
bolina en un proceso judicial donde fueron sancionados otros compañeros de aquella época marcada por el terror.

La justicia tarda, pero llega en su justo momento. El señor Nicolaides pensó en que moriría en paz, libre de culpas, discretamente escondido bajo el toldo de la indiferencia o la piedad de los familiares de sus víctimas. Hoy es culpable frente a un jurado que determinó imputaciones tales como, asociación ilícita, privación ilegal de libertad, apremios y reducción a la servidumbre.

Puede que su ancianidad y los problemas de salud les protejan de ciertos rigores inmanentes a la connotación de los delitos atribuidos y pueda acceder a otras variantes menos severas. Habrá que ver si le es posible adivinar el código de la suerte entre los miedos y los achaques de la vejez.

En Cuba puede ser que se reedite un escenario similar de juicios y condenas a quienes todavía actúan como si el país fuera su patrimonio. La dictadura argentina apenas llegó a los 7 años de duración. Por acá el pueblo soporta el rigor de un régimen estalinista desde 1959. Así que los crímenes, abusos y toda una estrategia basada en la anulación de la discrepancia política por métodos que van de las presiones psicológicas a la violencia física, alcanza cuotas inimaginables.

Preliminarmente, según investigadores de las secuelas del totalitarismo insular, las muertes propiciadas por un clima de impunidad y empleo de las más inverosímiles tácticas para eliminar cualquier disensión, llega a los 5 dígitos. Eso sin contar las decenas de miles de personas que han sufrido encarcelamiento, en condiciones que nadie que las haya padecido puede imaginárselas dado el carácter exterminador y exento del menor signo de racionalidad. Fusilamientos, asesinatos extrajudiciales, suicidios en prisión, palizas, amenazas, detenciones arbitrarias, ahogados en el mar a causa de un escape inducido por el ambiente represivo, encarcelamientos injustos.

El sufrimiento y la muerte causados por la imposición de un modelo político fundamentado en la ilegalización del debate, la nulidad del pluralismo, la ausencia de libertades económicas, entre otros derechos esenciales, tiene en Cuba sobradas credenciales para figurar como uno de los peores récords en los últimos 50 años en la historia de la humanidad.

Harían falta gestos que pudieran tapar tan siquiera parte de las graves trasgresiones perpetradas por el poder, contra el pueblo, durante tanto tiempo. No sé quienes pagarán las culpas delante de un tribunal y si habrá que esperar más de 20 años para ver una serie de réplicas de lo que ocurre hoy en Argentina.

Lo que sí será imposible absolver a todos los asesinos. Algunos terminarán sus días en el lugar hacia donde solían enviar a sus oponentes. Por mí los culpables no tienen de qué preocuparse. No acusaré a nadie. He aprendido a perdonar, a pesar de que mi calvario aún no ha terminado. Lo peor para los que siguen en función de sembrar el pánico a través de la fuerza bruta, es que los miles de afectados no piensan como yo. A su dolor exigirán una recompensa. Deberán contar con todo el derecho para exigir justicia. Valga recordar que la impunidad no es eterna.

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