WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald
Hector Gabino/El Nuevo Herald Staff
José Alvarez es autor del libro "Principio y fin del mito Fidelista" .
La lucha insurreccional encabezada por Fidel Castro hasta su ascenso al poder en 1959 contó con un respaldo monetario que podría situarla entre los movimientos guerrilleros más lucrativos de la historia contemporánea, según revela un libro publicado en Estados Unidos.
Los cálculos documentados en Principio y fin del mito fidelista (2008), del académico cubanoamericano José Alvarez, publicado por Trafford Publishing, en Canadá, se adentran en un tema hasta ahora inexplorado por la historiografía de la revolución castrista: el origen, flujo y magnitud de los recursos financieros con que contó el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) para desplegar sus acciones en las montañas de la Sierra Maestra y la resistencia clandestina urbana.
La cifra corroborada a partir de documentos históricos y testimonios de los protagonistas es al menos de $35.6 millones, lo que equivaldría a unos $250 millones del dinero actual. En 1958 el peso cubano se cotizaba a la par del dólar estadounidense.
Alrededor de dos terceras partes de esos ingresos procedían de los impuestos cobrados por el Ejército Rebelde en la etapa final de la guerra.
Tras el derrocamiento del régimen de Fulgencio Batista, existía una reserva de unos $5 millones, guardados celosamente por Celia Sánchez, asistente personal de Castro, en una caja de metal colocada en el piso que ocupaba la dirección revolucionaria en el Hotel Hilton (rebautizado luego como Hotel Habana Libre).
"Lo descubierto es sólo la punta del témpano de hielo'', aseveró Alvarez en una reciente entrevista con El Nuevo Herald. ‘‘La cifra real debe superar con creces los cientos de millones en aquella época''.
El académico explicó que su estudio para esclarecer "el misterio de las finanzas del M-26-7'' se prolongó por los últimos 20 años, recomponiendo todas las evidencias existentes sobre ingresos y gastos incurridos en la lucha revolucionaria entre 1953 y 1958. La investigación se sustenta en más de 400 referencias de papelería y documentos de la época; más de la mitad de los textos citados pertenece a autores que viven y publican en Cuba.
No pudieron hallarse, sin embargo, los registros financieros de Raúl Chibás y Haydée Santamaría, quienes figuraron como tesoreros del M-26-7.
"No hay una sola cifra sacada de especulaciones'', enfatizó. ‘‘Traté de ser objetivo dentro de lo que mi trauma de decepción me lo permite''.
Alvarez no es un investigador ajeno al proceso revolucionario. En 1955 fue fundador del M-26-7 en Antilla, en la zona oriental del país, y conspiró en la clandestinidad en Santiago de Cuba.
Desilusionado por la "mentira revolucionaria'', rompió con el régimen en 1961 y cumplió trabajos forzados antes de abandonar la isla en 1969. En 1977 obtuvo un doctorado en Economía Agrícola en la Universidad de la Florida (UF), donde ejerció la docencia por casi 30 años.
"Uno de los mitos del proceso revolucionario aún es la leyenda tejida en torno a Fidel Castro como un Robin Hood seguido por 12 guerrilleros harapientos y desarmados'', consideró Alvarez, quien es Profesor Emérito de UF. "Definitivamente esta no era una guerrilla pobre; lo fue sólo en los primeros meses, pero después el dinero corrió en exceso al punto de poder equipararlo con los recursos de las fuerzas gubernamentales''.
El estimado de $35 millones representa más del 10 por ciento del presupuesto nacional para el año fiscal 1956-1957 ($339.4 millones) y el 46 por ciento de los gastos asignados para la Defensa, que fueron entonces de $77.4 millones.
"Aunque el propio Fidel Castro reconoció en 1958 haber recibido ayuda financiera en efectivo tanto de los cubanos pudientes como de los pobres, es obvio que el dinero que se manejaba para mantener las columnas en cuatro frentes orientales y otros tres en el resto de la isla tenía que venir de otras fuentes'', expresó Alvarez, quien actualmente vive retirado en la ciudad de Wellington, Florida.
En su pesquisa financiera, Alvarez desglosa los ingresos provenientes de emisiones de bonos para la recaudación popular, las cuotas de militantes del M-26-7, el aporte de los comités del exilio, las colectas especiales y los impuestos que los rebeldes establecieron para gravar a los dueños de grandes empresas y tierras.
"Existió orden y desorden en la administración de las finanzas'', manifestó Alvarez. "Mientras los principales organizadores del M-26-7 ponían especial cuidado en documentar ingresos y egresos, Fidel Castro tenía gran- des sumas bajo su control y las administraba a su antojo''.
El autor relata que desde los orígenes del M-26-7, Frank País -- líder de la resistencia en el llano asesinado en 1957 -- estableció una rigurosa disciplina de contabilidad para justificar cada centavo que entraba o salía de las arcas de la organización. Se conservan estados de cuentas de País, Sánchez y otros dirigentes dentro de la isla o en el exilio, confeccionados en diferentes tipos de papel, mecanuscritos o de puño y letra, y con varios formatos.
Alvarez reconoce que Castro era famoso en la guerilla por el orden que tenía en el inventario del material de guerra, pero su comportamiento en cuanto a las finanzas era totalmente opuesto. "El principal ingrediente del desorden financiero era su desdén por la fiscalización'', observó el profesor. ‘‘Creo que ese hábito lo mantuvo durante todo el tiempo para ejercer el poder absoluto, sin sentirse en la necesi- dad de rendirle cuentas a nadie, ya se tratara de la caja chica de Celia Sánchez o de las posteriores reservas del Comandante en Jefe''.
La reserva especial del Comandante en Jefe fue creada en los años 70 como una fuente estratégica de recursos materiales, administrada a voluntad de Castro a través de su equipo de apoyo. Las reservas fueron establecidas como organismo de la administración central de Estado en el 2005, pero el pasado mayo el gobernante Raúl Castro decidió subordinarlas al Ministerio de las Fuerzas Armadas por razones de seguridad nacional.
El autor refuerza su tesis con una referencia a las postrimerías de la lucha guerillera, cuando desesperado por acelerar la victoria de los rebeldes, Castro le envía una carta al Comandante Juan Almeida en la que muestra suficiente solvencia financiera.
"Si es preciso puedes llegar a pagar hasta 1 peso por cada bala 30.06 o M-1. Es un precio tentador y a nosotros el dinero nos puede sobrar, no debe importarnos gastar medio millón de pesos en medio millón de balas. Lo que no podemos es quedarnos sin balas de ninguna manera'', escribó Castro en la misiva, fechada el 8 de octubre de 1958.
Un acápite del capítulo dedicado a las finanzas del M-26-7 se concentra en pormenorizar el sistema de impuestos aplicado por el movimiento al final de la ofensiva rebelde. En un comunicado oficial emitido el 19 de agosto de 1958, Castro comisionó a Pastorita Núñez, su antigua compañera del Partido Ortodoxo, para integrar una comisión que visitaría los centrales azucareros de la zona oriental para imponerles una cuota de contribución, a la manera que lo hizo el ejército mambí durante las contiendas independentistas.
Castro determinó una contribución de 15 centavos por cada saco de azúcar de 250 libras producido en la zafra de 1958, de los cuales 10 centavos correspondían al central y cinco al colono, de manera que permitiera al central "abonar la parte correspondiente al colono para facilitar el cobro de la contribución y descontarla al colono en su oportunidad'', según especificó en la carta a Pastorita.
A cambio, el Ejército Rebelde se comprometía a garantizar la seguridad de las propiedades y el bienestar del colono.
Pero el cobro de impuesto no se restringió a la industria azucarera oriental, sino que abarcó también a otras áreas de la economía como los ganaderos, los cafetaleros, los productores de arroz y la banca en otras del país.
El ex comandante Huber Matos cuenta que el sistema de impuesto funcionó perfectamente en la zona donde operaba el II Frente Oriental ‘‘Frank País'', comandado por Raúl Castro.
"El II Frente sí tenía una recaudación sustancial, porque Raúl cobraba impuestos y tenía allí una organización casi como un Estado'', rememoró Matos, quien en marzo de 1958 viajó desde Costa Rica a la Sierra Masestra en un avión cargado de armamentos y municiones.
Según Matos, Castro le proporcionó $7,000 para costear el viaje. Castro le dijo entonces haber pagado un seguro de $80,000 en Miami en caso de que el avión fuera destruido.
Después del éxito del impuesto del azúcar durante el primer mes, Castro conci-bió que las milicias clandes- tinas y los grupos de acción y sabotaje del M-26-7 podían hacer lo mismo en las ciudades y ordenó extender el radio de acción de las recolecciones monetarias.
En una carta enviada el 16 de septiembre de 1958 a Julián Zulueta, representante de la banca nacional y extranjera, Castro le informa de una "contribución inexcusable'' que tendrá que pagar el sector bancario y los acusa de ser en parte responsables por el mantenimiento del régimen batistiano. La suma impuesta fue de $1 millón y debía ser pagada, con carácter obligatorio, antes del 30 de septiembre de ese año.
Como incentivo, Castro le ofreció a Zulueta interceder con el futuro presidente de la República para que dedujera ese aporte de la obligación fiscal, una vez instalado el gobierno revolucuionario.
Alvarez también documenta pago de sobornos durante la estadía de los moncadistas en México para conseguir la libertad de tres detenidos, así como durante el avance de columnas invasoras de Camilo Cienfuegos y Ernesto "Che'' Guevara rumbo al occidente del país, a finales de 1958.
"En el extranjero se le llegó a entregar dinero al régimen de Duvalier para liberar a unos revolucionarios presos que en 1958 trataron de robarse una embarcación y provocaron la muerte a un empleado'', apuntó Alvarez.
Principio y fin del mito fidelista puede adquirirse en la Librería Universal de Miami. Habrá un lanzamiento el 6 de agosto durante las sesiones de la Asociación de Estudios de la Economía Cubana (AEEC) en Miami.
domingo, 20 de julio de 2008
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