sábado, 27 de septiembre de 2008

Espías para el escombro


MANUEL VAZQUEZ PORTALEs otoño en Nueva York. Qué tapiz de colores debe estar cayendo sobre el césped. Desde los árboles las hojas han de precipitarse, contoneándose, para posarse sobre la hierba con la leve gravidez de las aves menudas. En las calles la gente ha de alzarse el cuello porque las tardes comienzan a refrescar. José Ramón Machado Ventura va camino de la iglesia Intercession en el barrio de Harlem. Y en Cuba las víctimas de dos naturalezas, la cósmica y la humana, chapotean el fango, escuchan la rapsodia de sus tripas embravecidas y ven las estrellas por el techo desarbolado.
En Harlem el funcionario cubano criticará las ofertas de ayuda humanitaria hechas por el gobierno de los Estados Unidos a Cuba tras el paso devastador de los huracanes Gustav y Ike. Dirá que Washington lo que desea es enviar espías para que sigan calumniando, aludiendo a un equipo de especialistas que debieran evaluar los daños causados por el desastre natural. No habrá cederistas vigilantes, no le harán un mitin de repudio ni lo expulsarán del país.
Será lunes 22 de septiembre। El acto habrá sido preparado por un grupo de promotores de la liberación de cinco espías cubanos que cumplen prisión en cárceles estadounidenses, quizás por eso la paranoia del espionaje. Estará presente el reverendo Lucius Walter y el abogado Leonard Weinglass, a quienes la inteligencia no les preguntará después qué hacían ahí, ni los amenazarán con una ley 88.

Machado Ventura será vehemente, enfático para que sus mentiras sean más sonoras। Confundirá fechas, trastrocará intenciones. No citará la oferta del día 19, tres días antes de su enfebrecido, delirante discurso. Tratará de pasar por alto que ese es el cuarto ofrecimiento ya incondicional y directo y que asciende a 6 millones 300 mil dólares y está compuesto por alojamientos familiares de emergencia y utensilios domésticos que ayudarían a 48 mil cubanos afectados. No citará tampoco la oferta del día 13 de septiembre, ascendente a 5 millones de dólares, y también incondicional. Se limitará a la primera oferta, ya casi olvidada, en la que se recomendaba la entrada de un pequeño grupo de expertos para que calcularan el monto de los daños. Esos serían los espías.

El funcionario lleva otro propósito। Ocultar el verdadero desastre nacional producido por su gobierno de cincuenta años y culpar al embargo decretado por Estados Unidos. Solicitará que suspendan la ley como si el Congreso norteamericano también funcionara bajo los mandatos del índice de Fidel Castro. No entiende qué es pluralidad, estado de derecho, debate democrático, poder legislativo independiente del ejecutivo.

Dice que ellos quieren comprar। Piden créditos। Olvidan su lucha por no pagar la deuda externa, la retirada de empresas petroleras y aseguradoras canadienses y japonesas por morosidad en los pagos. Quieren créditos sin un producto interno bruto que garantice el pago a sus acreedores. Quieren créditos con un país arruinado y sin libertad ni seguridad para las inversiones nacionales y extranjeras. Quieren créditos después de cincuenta años de descrédito. ¡Ah, Machado, qué poca ventura para Cuba! Para saber de los escombros no hacen falta espías, busquen otro pretexto para su soberbia.

El informe real es diáfano. Transparente. Rotundo. No hay el menor margen para la duda. Fue escrito con tinta de agonía. El rostro de la gente eran los símbolos. Criptogramas dolorosos y locuaces. Señales inequívocas del sufrimiento. Las claves estaban en los ojos espantados de los niños. Los códigos en el rictus amargo de hombres impotentes frente a tanto derrumbe. La Piedra de Roseta abierta para todas las lenguas. Descifrado jeroglífico de la infausta tragedia.
Los ciclones habían asolado el alma y las sabanas, los montes y los platos। Todo estaba arrasado. Un paisaje sin árboles ni techos. Una foto al natural de la miseria. No hubo que llamar a especialistas. Todo estaba grabado en las cicatrices de las paredes, en las fracturas de las vigas, en las tablas de los bohíos esparcidas por las maniguas. Ustedes atorados en un viejo discurso de falsa dignidad. Y Estados Unidos sólo quiere regalarle al pueblo de Cuba un poco de alivio. Díganselo al pueblo. Consulten con él. No es en Harlem con otoños, hamburguesas y Cadillacs que hallarán la respuesta.

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