miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿SEÑALES DEL FIN?

Jorge Olivera Castillo – Sindical Press
15 de septiembre de 2008

La Habana – www.PayoLibre.com – La madre natura descargó toda su furia sobre Cuba. Un par de huracanes han puesto literalmente en la calle a miles de personas. “Gustav” y “Ike” se llevaron los bajareques de Pinar del Río en el oeste de la isla y varias aldeas de Holguín, esa provincia de la zona oriental por donde entró con fuerza 4 en la escala Safir-Simpson, el segundo meteoro de nombre anglosajón. El recorrido fue pausado y atronador por toda la geografía insular. Inundaciones y hambre, sed y traumas psicológicos, todo eso aparece en el inventario del desastre.

En las cámaras de video-tape estuvieron en primer plano los paisajes más tétricos de una nación plenamente identificada con la peor de las miserias.

Ahí estaban los caseríos de paredes de tablas viejas y techos de bejucos, papel asfaltado o delgadas tejas de fibrocemento. Los hogares de la gente que habitan en las áreas rurales.

Muchos de ellos tal vez desearon irse dentro de algunas de las potentes ráfagas de viento hacia la muerte antes que enfrentar las vicisitudes de ahora y otras por venir, a tenor de la situación de catástrofe que se vive en el país.

Ambos fenómenos naturales sólo han despejado el ambiente de los clásicos ardides propagandísticos. Ha quedado a la intemperie la nación quebrada, el rostro sin maquillaje de la pobreza, los bolsones de indigencia desperdigados desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí. De eso hay constancia, personas con nombres y apellidos viviendo interminables horas de angustia a causa de las limitadas disponibilidades para borrar de sus vidas el color de la tragedia.

Camagüeyanos, matanceros, avileños, tuneros, se agregan a la fatal lista de damnificados. Son decenas de miles de cubanos, jóvenes y adultos, niños y ancianos que vuelven a transitar por el limbo de la existencia. Un sitio fijado a su memoria con pegamento especial.

Con un intervalo de 8 días los dos eventos atmosféricos han desatado los precarios amarres de la incertidumbre. Hoy Cuba es tierra arrasada, lugar para hacerle al futuro una nueva capa de sombras.

Por más alharacas mediáticas que insisten en la capacidad del pueblo en sobreponerse a las calamidades, en realidad, la dimensión de las afectaciones es un motivo para señalar que habrá problemas por mucho tiempo. Basta conocer que todavía existen casos de familias perjudicadas por anteriores huracanes que esperan por un resarcimiento en consonancia a sus necesidades.

En La Habana, aunque en menor cuantía, se reportaron episodios adversos. El hecho de contar con inmuebles aparentemente superiores en relación a sus características constructivas, no exime de derrumbes totales o parciales. Hubo accidentes de este tipo y habría que esperar otros, en una urbe con las huellas de un olvido científico.

La depauperación es total salvo en zonas exclusivas donde habita la élite del poder y algunos cientos de sus allegados. El resto debe conformarse con morder el polvo ahora humedecido por la activa temporada ciclónica.

Mencionar la palabra crisis, es insistir en una redundancia. Lo que obliga a ponerse en guardia es la teatralidad de la nomenclatura ante hechos que requieren una actitud transparente y razonable. Se debería dejar a un lado la propensión a hacer del perfil confrontacional el eje principal de la política.

Tanto la gratuita belicosidad como ese triunfalismo que pudre el sentido común sobran en la búsqueda de soluciones. Se trata del destino de miles de seres humanos arrastrados hacia el lado más escabroso de la supervivencia. Esa muchedumbre que lo perdió todo menos la vida quizás piense que el Armagedón comenzó con “Gustav” y “Ike”. No me atrevería a quitarles la razón.

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