Published Monday, September 1, 2008 by El Nuevo Herald -- Julio Sanchez Cristo
No es difícil adivinar porqué Mario Díaz-Balart prefiere evitar por estos días a Joe García. No se lo quiere encontrar ni socialmente en el restaurante Versailles de la Pequena Habana, menos en la radio, en la televisión o aquí en el Herald. Pasan cosas cuando durante años una familia ha construido un poder político, y de pronto la fatiga del repetido discurso, el peso de los días, el cambio generacional o el momento de coyuntura política del país enciende varias alarmas que advierten que la palabra de moda, change, cambio, no sólo llegará a la Casa Blanca, sino también al Congreso. Y eso le va a pasar al buen Joe.
Vamos por partes, el nepotismo, por más buenos que sean todos los hermanos de una dinastía, va creando una lógica antipatía, en la Florida, en California, en Texas, en China y en la Cochinchina (Vietnam). Si a esto se le suma el mismo foco anticastrista de los 60, 70, 80, 90 pues simplemente en el 2008 ya no tiene el mismo efecto. Por el contrario, es el caso boomerang, donde ya no se puede agachar la cabeza y menos cambiar el cuento que ha demostrado votos.
El fuerte del voto cubano en la Florida tiene claro que exige cambios en su isla, libertades, democracia y poder volver a ver su patria, respirar la brisa que se quedó atrás en ese malecón maravilloso de La Habana.
En eso la lógica impera, y el acuerdo es total, pero además de ese voto forjado con tanto dolor en el exilio, ya hay otro sufragante, el joven cubano que nació en los Estados Unidos y que, aunque adora a sus padres y abuelos, tíos o primos que conoce y no conoce, tiene una visión distinta del problema. Su sangre está en Cuba, pero su colegio, universidad, mujer, hijos y futuro están en los Estados Unidos, su primera lengua es el inglés, y casi no entiende las ardientes polémicas que desde el exilio cumplen más de 4 décadas anunciando la muerte del tirano y la caída del régimen.
A estos nuevos cubanoamericanos les afecta el drama de los suyos, y ese perfume de nostalgia a menos de 90 millas de Miami, pero lo que les interesa es alguien moderno, que hable su idioma, que esté preparado y que les arregle sus problemas del día a día en los Estados Unidos, y ese es el enfoque que le ha dado a su campaña el señor García. Además de este dilema generacional, el problema de los Díaz-Balart y de la propia señora RosLehtinen es que sus adversarios demócratas que quieren sus sillas en el Congreso aparecen cuando la nación está impregnada de optimismo por el cambio que significaría un presidente como Barack Obama, y en ese escenario los tradicionales barones de la política en el exilio representan exactamente lo contrario.
Pasan cosas cuando llega un candidato nacido en Miami Beach, de pelo largo, con fama de buena persona, vinculado a la Universidad de Miami, preparado, cercano y reconocido por varios colectivos cubanoamericanos, que prefiere no hablar tanto de la obvia Cuba libre que todos añoramos, sino más bien susurrarle al oído al votante de los temas que están en su bolsillo, en su día a día, y que comprometen su inmediato futuro en el país que habitan.
No sé si produzca un descalabro electoral múltiple para los congresistas republicanos, pero lo que siente en los foros, en los correos a los medios, en las encuestas es que el cambio no sólo es una percepción mediática, sino una posibilidad real, con un candidato que es muy respetuoso de sus contrincantes en lo personal, piensa que no son eficientes y que el momento de otra opción es ya. Pasan cosas cuando un veterano de la línea de sucesión Díaz-Balart comienza a entender que estamos en el año en que China cambió, y que la Florida no será una isla de este clamor, y por eso buscará cuanta disculpa encuentre para no estar en el mismo sitio donde le puedan poner a debatir, confrontar o analizar con su rival. Llegó Joe García, para ganar.
jueves, 4 de septiembre de 2008
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