Por: Martha Beatriz Roque Cabello
La serie televisiva “Tras la huella”, del Ministerio del Interior, que quiere mostrar las eficiencias del aparato represivo cubano, para desmontar grupos de delincuentes de todo tipo, siempre encuentra a los culpables. Con la ayuda del “pueblo” y los agentes encubiertos de la policía, todos los programas tienen un final feliz, con el uso de la técnica más avanzada, al estilo CSI (Crime Scene Investigation, serie televisiva de EE.UU.). Sin embargo, la realidad dice lo contrario. En Cuba está prohibida la prensa que muestra los sucesos delictivos de la vida cotidiana, de eso se entera el pueblo de boca en boca. Cuando ya es un escándalo, entonces el Gobierno prepara alguna nota, o sale un vocero a referirse a ello, pero siempre con el espíritu de la “victoria”.
Uno de esos casos que no se conoce, sucedió el pasado día 16 de agosto de 2008, en el barrio de Santiago de las Vegas, municipio de Boyeros, en Ciudad de La Habana. El joven Juan Carlos Ramírez Frías, de 27 años de edad, y residente en la localidad, se encontraba en el sitio donde vende frutas y viandas, conocido como “puesto”, ubicado en Carretera del Rincón, Nuevo Santiago, era aproximadamente la una de la tarde. Había una persona con él conversando, cuando se presentó un hombre mestizo, joven, que subía el escalón que lleva al mostrador, detrás del cual se coloca Juan Carlos para vender y se le paró en la puerta para bloquearle la salida, amenazándolo con un arma de fuego.
Según el cliente que lo acompañaba, este sujeto cruzó la calle, ya con el revólver en la mano y cuando llegó a donde estaba el joven vendedor le puso el arma en el pecho y comenzó a ofenderlo, como una escusa para acercársele más. Le exigió que le entregara la cadena que tenía en el cuello. Al contestarle Juan Carlos que “no”, le disparó, pero al revólver le falló el mecanismo, en ese momento, se engatilló; ocasión que aprovechó el agredido para agacharse; no obstante, el delincuente repitió el disparo y la bala le entró por el muslo izquierdo, cerca de la ingle. Inmediatamente el asaltante se dio a la fuga, aún con el arma en la mano.
Por casualidades de la vida, la esposa de Juan Carlos, descendía -allí mismo- de un coche de caballos, transporte usual en esa localidad. El asaltante le pasó por al lado corriendo y nadie lo detuvo, por el pánico que causó verlo con un revólver en la mano.
Pararon un auto que transitaba por el lugar y se llevaron al herido para el Policlínico de Santiago de las Vegas. Le dieron los primero auxilios y el médico extendió un certificado que decía “orificio sin salida”, lo remitieron para el Hospital Nacional, dos horas después. Allí le hicieron 6 placas y no encontraban la bala, manteniéndolo en el Cuerpo de Guardia. Le indicaron una transfusión de sangre y un suero. Cuando le retiraron la transfusión, sobre las 6 de la tarde, un médico que entró a verlo, escéptico porque no aparecía la bala, preguntó si le habían revisado la nalga, le dijeron que no y ordenó despertar al paciente. Cuando lo viró, en la cama había una gran mancha de sangre con coágulos, y apareció el orificio que tenía un goteo constante de sangre.
El doctor en cuestión, orientó remitirlo al Hospital Calixto García, para que lo exploraran, con el fin de conocer si tenía algún residuo de pólvora de la bala. En una ambulancia lo condujeron al Cuerpo de Guardia de este hospital, situado en el centro del Vedado. El médico que lo atendió después de examinarlo dijo que había que dejar así la abertura sin taparla. Y sin hacerle nada, o indicarle algún medicamento; lo remitió de vuelta al hospital Nacional, diciendo que no había camas en el Calixto y que era un caso de ortopedia, que podía atender el otro hospital.
Allí quedó ingresado en donde estaba, para observarlo por parte de los familiares, ya que no había médicos ni enfermeros. Pasadas casi 24 horas, a las 12 pm del domingo le dieron el alta.
Durante el tiempo que estuvo en el hospital, el policía que permanece de guardia allí, lo interrogó al respecto y posteriormente un oficial del Ministerio del interior se presentó a investigar. La policía encontró la bala en el lugar de los hechos, así como algunos testigos advirtieron que se le cayeron los espejuelos al delincuente y que unos muchachos de la zona los habían cogido, por lo que piensan que quizás en ellos encuentren alguna huella.
Si siguen “Tras la huella” con la eficiencia del programa televisivo, seguramente encontrarán al autor del delito, pero en este caso -para las autoridades- no es tan importante el hecho delincuencial, como el que un revólver esté en manos de un ciudadano. Hay que empezar por averiguar cómo, después de 50 años de poder, existen personas civiles con armas, ya que ni el ejército tiene acceso a ellas. Este es el verdadero intríngulis de la cuestión.
Ciudad de La Habana, 18 de agosto de 2008.
sábado, 23 de agosto de 2008
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