Miguel Saludes
MIAMI, Florida, octubre- (www.cubanet.org) -La situación económica en Cuba se encuentra en un estado crítico y esto no es un secreto de Estado. Las medidas más recientes dictadas por el gobierno para controlar el robo y el acaparamiento buscan paliar los estragos ocasionados por dos fenómenos naturales que recientemente azotaron la Isla en toda su extensión. Pero a la vez la respuesta represiva sobre el mercado soterrado, del que se ha servido la mayor parte de la población durante décadas, no es más que la confirmación de que las cosas no andan bien en la cada vez más deteriorada salud del régimen.
Durante años la palabra “resolver” ha sido imperativa en la sociedad cubana. Remediaba la gente que vendía lo que sustraía de sus trabajos y los que compraban esos artículos escamoteados de las arcas estatales. Pero esta manera de enfrentar la escasez y la racionalización o la inexistencia de mercancías, era útil de cierta manera al dueño absoluto. La ilegalidad del hecho hacía a los que robaban mantenerse al margen de cualquier acto que resultara incómodo al poder. La doble moral tiene un fuerte fundamento en este método de dejar hacer hasta el límite de lo deseado. Y el nivel de permisividad parece haber llegado en esta ocasión a su mínimo nivel.
Las noticias que llegan desde Cuba resultan alarmantes. La gente tiene miedo. Algunos testimonios afirman que se respira un ambiente de estado de sitio no declarado. La persecución contra los vendedores provocó que estos sean cada vez menos visibles. En consecuencia ya no se encuentra leche o productos de primera necesidad, difíciles de conseguir hasta en las tiendas por divisa. Los juicios por acaparamiento o venta ilícita alcanzaron la funesta categoría de sumarios. El Compañero reflexivo dejó caer en una de sus recientes disquisiciones que en otros países, en similares condiciones por las que está atravesando la sociedad cubana, no se vacilaba en fusilar; una evocación estalinista que no debe pasarse por alto.
Las situaciones van del extremo ridículo hasta el más peligroso. Ambos ejemplos pueden apreciarse en la actualidad cotidiana del país. Vender legumbres en el momento actual puede ser considerado una actividad peligrosa. Una anécdota llegada desde la Isla narra esta experiencia. Roberto salió a la calle en búsqueda de comida. Casi al final de una exploración que parecía vana, se tropezó con un transeúnte que llevaba dos mazos de habichuelas en la mano. Le preguntó donde las había conseguido. Con ese gesto tan característico del cubano, el individuo señaló torciendo la boca hacia un joven de raza negra que sostenía un portafolio. El contenido del maletín no consistía en documentos ni legajos oficiales, sino en varios paquetes del vegetal. Como si se tratara del más perseguido de los tráficos, el vendedor con facha de funcionario transfirió su mercancía sin mucho aspaviento. Y continuó su riesgosa tarea sumido en una atmósfera de semi clandestinidad.
Otro caso grotesco ocurrió a una joven, acusada de acaparadora por un ciudadano. La imputación se basaba en que la mujer había comprado dos botellas de cloro en un establecimiento estatal que vende en moneda cubana. El anónimo vigilante presenció lo que en su opinión era una compra excesiva de ese producto y sin identificarse pretendió arrestar a la sospechosa. En Cuba dos botellas de cloro bastan para ser llevado ante los tribunales. Por suerte las cosas no pasaron del disgusto. Pero hay que señalar que la implicada es hermana de un prisionero de conciencia y asiste con regularidad a las actividades convocadas por las Damas de Blanco. ¿Un hecho casual?
Algo parecido, aunque con una connotación más drástica, ocurrió a Yosbel Yordis Torres, detenido por vender hilo de coser en un lugar público de su natal Camaguey. En el caso de Yordis, pesa negativamente el hecho de su activismo disidente. Es el riesgo que deben enfrentar los opositores expulsados de su trabajo, que no cuentan con muchas opciones para poder subsistir en un medio tan hostil. Unos venden hilos. Otros acarrean productos deficitarios en otras regiones del país, que compran en los mismos establecimientos del gobierno. Una actividad encomiable en economías libres, pero que en la castrista puede costar la cárcel. Por ello los amigos y familiares de estas personas terminan aconsejándoles que no sigan en su labor. No obstante existen leyes para condenar a los que no trabajan.
El futuro se presenta muy incierto y lleno de amenazas. En esta coyuntura es muy fácil reducir a quienes son considerados enemigos del sistema. Basta que alguien le acuse de acaparamiento o mercadeo ilícito. La diferencia es que el fantasma del terror se alza no solo contra los disidentes. Su sombra se extiende sobre una población afectada por el cruce de los destrozos de la Naturaleza y la ruina de un sistema político infausto. Los cubanos enfrentan la disyuntiva de soportar más restricciones, hambre y opresión o exigir que se levanten de una vez todas las barreras que impiden los cambios renovadores, que son los que en definitiva podrán aliviar tanta adversidad.
martes, 21 de octubre de 2008
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